París, 1995. Un judío, un árabe y un negro (suena a comienzo de chiste malo) deambulan por la ciudad con un arma. Importante: quedaos con la fecha. El Odio (La Haine, en original) nos cuenta un día en la vida de Vinz (Vincent Cassel), Saïd (Saïd Taghmaoui) y Hubert (Hubert Koundé), tres «chicos de barrio», tres hijos de la banlieue («suburbio”), que indignados por la muerte de un inmigrante a manos de la policía, deciden tomarse la justicia por su cuenta.

Se trata de un viaje a través de la violencia, el racismo y la frustración que envuelven a los segmentos más pobres la sociedad francesa. Cosas del destino: el film fue un exitazo en el Festival de Cannes, convirtiéndose en una película de culto y elevando a su director, Mathieu Kassovitz, al olimpo del cine francés. Y es que Kassovitz consigue tomar el pulso a la calle y canalizarlo en formato blanco y negro, en un ejercicio brillante de cámara aderezado con unos diálogos cargados de cinismo y energía.

Desgraciadamente Kassovitz se convirtió en una especie de Nostradamus ya que diez años más tarde (¿recordáis la fecha que os he comentado al principio?), en noviembre de 2005, una serie de trágicos sucesos sacuden a la sociedad francesa: la banlieue se revela contra el poder a raíz de la sospechosa muerte de dos jóvenes inmigrantes. Se queman coches, se saquean comercios, la violencia de las cargas policiales aumenta y mueren más manifestantes. En este caso, la realidad supera a la ficción.

Así, ciertos personajes del mundo de la política francesa (entre ellos el siempre comedido Jean-Marie Le Pen) acusan a Kassovitz de haber instigado esta rebelión. El foco de la prensa se centra sobre el director en busca de una respuesta. Kassovitz decide entonces crear un blog en el que arremete contra la rígida postura del gobierno y más concretamente contra la política de represión llevada a cabo por el entonces ministro del Interior, el ahora flamante Presidente, Nicolas Sarkozy. Éste no duda en contestar y da comienzo una especie de correspondencia online Kassovitz-Sarkozy, algo que sólo podría pasar en el país vecino (¿os imagináis en España a un ministro contestando vía blog a un director de cine?).

No se sabe bien si por su contenido o por su forma, pero lo cierto es que este film visionario se ha hecho un hueco en la historia del cine francés. Un rara combinación de cine de culto y cine clásico que sigue generando debate.